Cuando el resultado es un negativo

La recepción de un resultado negativo no es nada grato, sobre todo porque, dependiendo de cuántos intentos se hayan realizado antes, puede significar el punto final de los tratamientos y volver a casa con las manos vacías. Pero no hay que perder la calma. 

Puede resultar de ayuda tener en cuenta que un resultado negativo, en el primer intento o en el tercero, no significa necesariamente que las posibilidades de ser padres o madres se hayan terminado. Las características de cada paciente serán decisivas para determinar si merece la pena, desde el punto de vista médico, seguir intentándolo. Es muy aventurado asegurar cuántos ciclos es conveniente o recomendable realizar con carácter general, así como si existe un límite que no sea el que el sentido común de pacientes y equipo médico indiquen.

El doctor e investigador de la la fundación IVI y director del Centro de Investigación Príncipe Felipe de Valencia, Carlos Simón, señala que en el Instituto Valenciano de Infertilidad –la clínica que mayor número de fecundaciones in vitro realiza en España– la mayoría de éxitos de los tratamientos de fecundación in vitro los obtienen en el primer ciclo, pero a partir de un primer negativo, en cada ciclo fallido el especialista conoce mejor a los pacientes, sus características y sus respuestas, y por lo tanto se va acercando más al objetivo.

El optimismo siempre va a jugar a favor de los pacientes, pero no hay que perder de vista que a medida que se suman resultados negativos el proceso se hace más difícil de llevar, al menos psicológicamente, porque se acumula el cansancio, y la paciente tiene la sensación de que las posibilidades se están agotando.

Cuando se acumulan los resultados negativos comienza a ser más difícil encontrar argumentos optimistas y es más fácil caer en el desánimo.

En ese caso, es importante no dejarse llevar por la sensación de que tenemos que tomar una decisión en ese momento, ya sea de abandonar o continuar, porque los resultados de los tratamientos o nuestra cuenta corriente nos lo vayan diciendo. Si no lo tenemos claro o lo vivimos con inquietud, lo más práctico es darse tiempo.

Decir «se terminó» puede resultar muy difícil ahora pero más fácil después de haber dado algunos pasos más como tomar un descanso, pedir una segunda opinión facultativa (porque los médicos también se equivocan), informarse sobre otros centros y tratamientos o sobre las adopciones, hablar con personas que han pasado por ese mismo proceso con iguales resultados, solicitar apoyo psicológico o comenzar a vislumbrar un proyecto de vida distinto y atractivo sin un hijo biológico o definitivamente sin hijos.

Aunque al principio puede no parecerlo, llega un momento en que es más fácil decir basta, y lo que inicialmente nos produce malestar, el estrés de los procedimientos repetidos, acaba siendo precisamente lo que nos da el empujón que podemos necesitar para dar por terminados los tratamientos.

Una fórmula que los psicólogos aconsejan y que puede ser útil a algunas personas es establecer un tiempo límite, una fecha, una edad o un presupuesto máximo que gastar. Aunque esto puede resultar contraproducente en según qué casos, porque a medida que se va acercando la fecha marcada sin resultados la angustia puede incrementarse, sobre todo cuando la decisión de dejarlo es dudosa o no se acepta. Cada uno ha de elegir la fórmula que le sea más útil y que mejor se adapte a su forma de ser y de vivir el proceso y valorar de qué modo se siente mejor en la gestión de sus emociones. Un psicólogo también puede ayudarnos a evaluar si el abandono nos aliviará o será peor, aunque con frecuencia nosotros mismos lo sabemos.

Tendemos a infravalorar la influencia de los aspectos psicológicos, pero en muchos casos es probable que la causa de los embarazos no esperados después de abandonar los tratamientos se encuentre en que la pareja se desprende del estrés del propio proceso de reproducción asistida y se olvida durante un tiempo del tema.

Abandonar los tratamientos significa, en términos generales, una renuncia definitiva a un objetivo ideal que nos habíamos propuesto, supone una sacudida a los valores que entendemos como deseables, un golpe que afecta a niveles muy profundos de nuestra mente, que muchas veces no somos capaces de explicar ni de identificar y, si no se atiende correctamente, puede derivar en una caída de la autoestima, en una depresión e incluso, en los casos más graves, en la anulación. En cada persona y pareja la esterilidad adquiere unos significados diferentes pero por lo general produce un profundo malestar emocional. 

Diferentes estudios, entre ellos el realizado por la especialista Pilar Dolz, de la Unidad de Psicología del IVI, han demostrado la influencia positiva del apoyo psicológico en el éxito de los tratamientos. Los pacientes que reciben apoyo abandonan en menor medida (no llega a un 6%) que los que no la reciben (un 37,5%). Otras especialistas aún dan cifras más altas de abandono incluso antes de iniciar de manera efectiva el tratamiento. La tasa de embarazos es igualmente superior –casi el doble– en las pacientes que reciben ayuda psicológica (más de un 50% frente a un 28% de las que no lo reciben).

Abandonar, ya sea por decisión consciente o porque la medicina ya no puede ayudarnos, significa que hay que formular un nuevo proyecto de vida e incluso revisar el proyecto común de la relación de pareja.

Una vez el diagnóstico médico es definitivo, hay que ampliar los horizontes más allá del deseo de hijo y de la capacidad de engendrar un bebé y situarlos en la capacidad de generar una realidad nueva en el plano personal y de pareja. Los psicólogos recomiendan trabajar el propio orgullo personal, la autoestima, la satisfacción propia por el deseo de otras metas y la confianza en capacidades creativas personales más amplias que las de la maternidad o la paternidad. Pero, sobre todo, hay que dedicar tiempo a la reflexión, a madurar la nueva situación y entenderla, para asimilarla y superarla.

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